jueves, 29 de enero de 2015

Una partida muy larga (I)

Se había levantado media hora antes de la hora acordada y se había metido en la ducha. Menos mal que la noche anterior no le había dado tiempo de ponerse el pijama. Echó pasta en el cepillo, se dio cuenta de que era el del pelo y cambió de táctica. El extraño que le miraba desde el espejo no mentía. Hablaba alto y claro. Sí, decía, anoche hubo fiesta. Sí, me lo pasé bien. Sí, ahora lo estoy pagando. Lo estás pagando. Con dolor.

Y como dolía. Se suponía que tenía que dirigir en... ¡veinte minutos!. Y tenía preparada una campaña, con diagramas de flujo y mapas con cuadrículas y miniaturas casi-realistas, tablas para todo (estaba especialmente orgulloso de la de generación de tarifas de puestos aduaneros) y una mochila de dados. Unas ocho libras y media, para ser exactos, después de sacar los defectuosos. Pero no se acordaba de las reglas. Carajo, no sabía siquiera si iba a ser capaz de llevar la mochila hasta el salón. El salón... La cara le sonrió desde el espejo. Sí, fue en mi casa... Sí, en tu casa... Sí, van a llegar... en cualquier momento.

Corrió hacia el salón. Recogió su ropa. Recogió la ropa de alguien, no sabía de quien. Tampoco le importaba demasiado, en ese momento. Recogió los restos de una batalla campal en la que habían estado implicados, con certeza, elementos comestibles y bebidas capaces de generar daño por vapores. También tenía una tabla para eso, pensó mientras metía un conjunto N de vasos desparejados en un lugar aleatorio y escondido de la vista. Esperaba que se acordase después de dónde había escondido su botín. Recordó un plato que había pasado medio año bajo el sofá. No era un recuerdo agradable. Por un instante había creído ver movimiento en su superficie, y un susurro informe, algo que sonaba sospechosamente como papá.

Fue a por la mochila de los dados. No la encontró. En su lugar había una cantidad indeterminada de botellas de licor vacías y un zapato de tacón. No eran suyas. Las botellas, el zapato sí. Lo tenía como defensa personal. Las fichas... las fichas tenían que estar por ahí. Las encontró debajo de una de las camas. Parecía como si algún perro las hubiera mordido antes de que algún ave hubiera decidido hacer un nido. No recordaba la presencia de animales en el inmueble la noche anterior...

Era lo malo de las fiestas salvajes... luego requerían de un experto criminalista para reconstruir los hechos. De hecho, seguía haciendo fiestas salvajes sólo por eso.

Con una desesperación más que creciente, sacó los dados del parchís, recuerdo de su dilapidada infancia como tahúr semiprofesional del mundillo del comer y contar. Rebuscó frenéticamente hasta encontrar un puñado de folios de reciclaje con el membrete de su empresa. Esperaba que al menos alguien tuviera un lápiz...

Sonó el timbre. Miró con temor la mesa, con el puñado de dados tristes y blancos formando una mueca burlona desde el negro TÄRENDÖ.

Esta va a ser una partida muy larga, pensó el Narrador mientras se dirigía a la puerta...

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